Bushido/ Historias del camino del guerrero.

Monday, July 12, 2004

el fumador

La playa está solitaria. Los pescadores, y sus familias dormitan a ésta hora, son alrededor de las cinco de la tarde y se está muy bien aquí, tumbado a la sombra de una enramada con techo de palma. Las cervezas se enfrían en una gran tina de metal. Tengo entre mis manos un libro: “El último hombre” de Leopoldo María Panero. Ana está recostada encima de una toalla, con el sombrero cubriéndole el rostro, tal vez duerme. Octavio bebe de su cerveza mientras escucha música: “A veces siento que tu mirada/ es afilada como un puñal/ será tal vez que eres desconfiada…”. Laura, a contracorriente siempre, salta en la playa, expuesta al sol.

Ahora estoy un poco más seguro, Ana duerme. Sólo levantó un poco la cabeza y al adivinar la escena decidió seguir dormida. Laura baila ahora. De alguna manera siempre encuentra el ritmo de la música, y ahí se queda para ofrecer una secuencia de movimientos que atrapan al que la vea. Yo quiero seguir leyendo a Panero: “Te mataré mañana cuando la luna salga/ y el primer somormujo me diga su palabra/ te mataré mañana poco antes del alba/ cuando estés en el lecho, perdida entre los sueños/ y será como cópula o semen en los labios/ como beso o abrazo…”. Pero la mirada de Octavio me disturba. Echado sobre la tumbona de madera, escudado detrás de sus lentes negros ve a Laura, no habla, sólo sube el volumen: “será que traes ganas de matar/ Subiste a lo alto de la quebrada/ para tirar mi recuerdo al mar ”. ¿Sería tan turbia ésta escena si no hubiera pasado el intercambio de anoche? Imposible conocerlo, habíamos cancelado cualquier opción, nuestra libertad nos engañaba a veces. Pero no podía engañarnos así, disfrazando de nueva conquista contra lo cotidiano, una trampa diseñada para acabar con nuestra unión.

Pero Octavio, tan propenso a actuar sin pensar, no deja de ver a Laura escudado en sus lentes negros. Disfruta la música, pero más disfruta de Laura bailando. Sube el volumen: “no supe ser el que tu esperabas/ yo solo soy el que supo llegar/ Y te vi de frente / y te vi brillar/ cuando sentimos de repente/ el aguijón del alacrán ”. Ahora yo veo a Ana. Su cabello chino y negro, espeso y abundante… inevitable no pensar como se enredaba ayer entre mis manos, imposible no pensar en sus muslos, su sexo húmedo que ahora está cubierto por la tela azul celeste del bikini. Antes de levantarme por una cerveza, pongo el libro cerca de Ana: “te mataré mañana cuando la luna salga/ y el primer somormujo me diga su palabra/ y en el pico me traiga la orden de tu muerte/ que será como beso o como acción de gracias/ o como una oración porque el día no salga/ te mataré mañana cuando la luna salga/ y ladre el tercer perro en la hora novena/ en el décimo árbol sin hojas ya ni savia/ que nadie sabe ya por qué está en pie en la tierra”. Destapo aparatosamente la cerveza, Octavio no quiere parecer aludido por ningún ruido. Fijamente ve a Laura, que sigue bailando con el rock visceral y pausado de La Barranca: “Dicen que no hay que salir de noche/ que la ciudad se volvió mortal/ pero la muerte que a mi me toque/ que sea al piquete del alacrán”.

Una impotencia clara, clara como la arena blanca en la que Laura baila, meneando sus cabellos castaños, me hace clavar la mirada en la playa a mi pies donde las hojas del libro se mueven por el viento. Doy un gran trago a la cerveza y leo: “te mataré mañana cuando caiga la hoja/ decimotercera al suelo de miseria/ y serás tú una hoja o algún tordo pálido
que vuelve en el secreto remoto de la tarde/ te mataré mañana, y pedirás perdón/ por esa carne obscena, por ese sexo oscuro/ que va a tener por falo el brillo de este hierro/ que va a tener por beso el sepulcro, el olvido/ te mataré mañana cuando la luna salga/ y verás cómo eres de bella cuando muerta/ toda llena de flores, y los brazos cruzados/ y los labios cerrados como cuando rezabas/ o cuando me implorabas otra vez la palabra”.

¿Qué verá Octavio, cuando ve los senos redondos y vibrantes de Laura contenidos apenas por el bikini blanco? La duda clavada entre pecho y espalda me hace poner una gota helada de mi cerveza en el ombligo de Ana, quien por un instante vibra y después regresa al sopor del sueño. Octavio y Laura continúan unidos por la música, espectáculo y espectador:” Y vendrá de frente/ si la ves venir/ sólo tal vez si vives fuerte.../ tienes opción de elegir/ algún día vas a elegir quien manda/ pero la muerte te elige a ti/ Y vendrá de frente / si la ves venir/ sólo tal vez si tienes suerte/ tienes opción de elegir “. Su complicidad inconsciente me arrincona en el papel de espía, de sacrílego intruso. Enciendo un cigarrillo, me siento mientras las volutas de humo ascienden por encima de mi y se difuminan contra el cielo abierto, azul con manchas blancas. Mientras la canción termina, mientras los tambores se acallan poco a poco, el movimiento circular de la cadera de Laura se acentúa con la lentitud que le imprime. Mientras el final cascabel se sacude y Laura da la espalda y se agacha, me doy cuenta del tamaño de la perdida: él conoce ya, las íntimas conexiones de los movimientos de Laura. Nunca más serán posesión exclusivamente mía las relaciones entre Laura, sus deseos, sus apetitos y su cuerpo.

Octavio aplaude, Laura sonríe, Octavio sonríe, yo leo y doy una gran bocanada: “te mataré mañana cuando la luna salga/ cuando veas a un ángel armado de una daga
desnudo y en silencio frente a tu cama pálida/ te mataré mañana y verás que eyaculas
cuando pase aquel frío por entre tus dos piernas/ te mataré mañana cuando la luna salga
te mataré mañana y amaré tu fantasma/ y correré a tu tumba las noches en que ardan
de nuevo en ese falo tembloroso que tengo/ los ensueños del sexo, los misterios del semen/ y será así tu lápida para mí el primer lecho/ para soñar con dioses, y árboles, y madres/ para jugar también con los dados de noche/ te mataré mañana cuando la luna salga/ y el primer somormujo me diga su palabra.”

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